Madrid, 29 de noviembre de 2009
Estaba de paso. Había llegado a la madrugada a Barajas y a la mañana siguiente debía tomar el tren hacia Valladolid. De modo que no obstante el maldito jet lag a cuestas y un persistente dolor de
cabeza, decidí salir a conocer la ciudad. Mi recorrido comenzó en el Palacio Real, un bellísimo edificio barroco-clasicista
del siglo XVIII –en el que residieron los reyes de España hasta 1931-, rodeado
por los prolijos Jardines de Sabatini. Tras el Palacio, cruzando la Plaza de la Armería, la catedral de Santa María la Real de la Almudena, construida en una mezcla de diversos estilos: neoclásico en el exterior, neobarroco en el interior, neorrománico en la cripta. Por la Calle Mayor comencé a
adentrarme en el casco histórico de la ciudad, deleitada por sus pintorescas fachadas y sus angostas callejuelas. Y qué calidez y vitalidad le dan su gente y sus bares! Pronto divisé el Mercadillo de San
Miguel, un recientemente restaurado mercado de principios del siglo XX. Adentro, todos los manjares ibéricos imaginables: jamones,
embutidos, frutos de mar, vinos, tapas, olivas… Una perdición. Resistiendo mis más bajos instintos, continué hacia la Plaza Mayor, el antiguo corazón de Madrid. Se trata de una plaza cerrada del siglo XVII, rodeada por edificios
de tres pisos con galerías llenas de cafés. En el centro norte de la plaza se impone el Edificio de la
Panadería, decorado con bellos frescos. En sus orígenes, la plaza era no sólo el principal mercado de la ciudad sino también el escenario de corridas de toros y autos de fe, como el que fuera inmortalizado por el pintor Francisco Ricci en 1683. Pero hoy la plaza se prepara para las Fiestas: está
repleta de puestos que ofrecen toda la parafernalia navideña imaginable. Y si
allí se respiraba la Navidad, Puerta del Sol, punto nodal de la ciudad,
rebosaba de ella. Las calles, inundadas de gente, destellaban. Pero aquí me adentro en
otro terreno, peligroso si los hay: las compras. Me pellizco. Estoy despierta. Esto
puede hacerme descarrilar. Pero tengo que esperar las rebajas. Al menos, intentaré
intentarlo. Para compensar la abstinencia, una caña y un bocadillo en un bar. Que no os engañe el
diminutivo. Se trata de un sándwich de unos 30 cm, que en la ocasión estuvo
relleno de lacón gallego -algo así como jamón crudo pero con una curación
mucho más corta-, calentito, con oliva y pimentón… El
“Madrid para principiantes” estaba resuelto de momento. Me
quedé con ganas de más, pero sé que en los tres meses que estaré instalada en España tendré muchos fines de
semana para volver. Al día siguiente debía tomar el tren a Valladolid, mi nuevo
hogar. Pero eso es para otro capítulo.
Francisco Ricci . "Auto de Fe en la Plaza Mayor de Madrid" (1683) Museo del Prado |
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