Madrid,
28 de noviembre de 2009
Llegué
al aeropuerto de Barajas, Madrid, el 28 de noviembre a la madrugada, luego de
un viaje de 12 horas sin poder dormir (nada). Qué fastidio. Las cosas
comenzaron turbias: las azafatas nos pidieron que bajáramos del avión con pasaporte
en mano porque la policía los estaba controlando antes de descender (esperaban
a alguien?). Los trámites de migraciones fueron, sin embargo, más sencillos de
lo previsto:
-
Motivo del viaje?
-
Estudios
-
No tiene visa de estudiante?
-
No, son sólo tres meses…
-
Pasaje de regreso por favor.
-
Aquí tiene.
Y
así fui admitida en la Comunidad Europea (por ese entonces no tenía pasaporte
comunitario y no era más que una turista del tercer mundo), sin que siquiera me
pidieran la constancia de la beca que me había otorgado el Ministerio de Asuntos
Exteriores para realizar tareas de investigación en la Universidad de
Valladolid. Respiro tranquila. Espero las valijas. No salen. Finalmente, una
hora y media después del aterrizaje, recuperada mi valija, enfilé hacia el Metro.
Madrid tiene una red de subterráneos increíble, con 13 líneas que cruzan la ciudad
en todas las direcciones y que tienen muchísimas estaciones. Lo más peculiar
del metro de Madrid en comparación con el de otras ciudades europeas es que una
de sus líneas llega al aeropuerto, y se accede agregando el ticket sencillo, de 1,50€, un suplemento de 3€. Claro que el aeropuerto es grande y trasladarse de una de
las terminales al metro es un laaaargo camino, alivianado por suerte por cintas
transportadoras. Luego el problema de pasar por las puertecillas del metro con
las valijas. Pero a mí no me pasa dos veces lo mismo. Luego de que el año
pasado me quedara atascada en la estación Chatelet en el metro de Paris -también
llegando del aeropuerto-, la experiencia juega a mi favor. Misión cumplida. Europa.
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