5 de marzo de 2008
Uno sabe que ha llegado al sur de Francia cuando los tejados se tiñen de rosa. De hecho, ya Villefranche de Rouergue ostentaba este colorido tan típicamente meridional. Tras un viaje en tren por el Languedoc a través de las colinas nevadas, llego a la Toulouse. Encantadora ciudad sobre el Garona, con sus características construcciones de ladrillos, sus antiguos puentes, la magnífica Basílica de St-Sernin, la Chapelle des Carmelites [acaso la Capilla Sixtina francesa?], la caótica Catedral de St-Etienne, la plaza del Capitolio y su concurrida feria... He regresado a la agitada vida urbana: Toulouse rebosa de vida. Estudiantes por doquier, bares y cafés, peatonales, negocios, ferias, comida à emporter [los inigualables sandwiches, la deliciosa patisserie, los placeres étnicos como el kebab o el falafel, los crèpes en la calle... ay!]. Feliz en la ciudad! Promediando la tarde comienza a asomar el sol. Un momento de apacible descanso en la Place Wilson, con su hermoso carrousel, los árboles que tímidamente comienzan a brotar, los omnipresentes edificios rosados, el dulce sonido del agua de la fuente y el sol, que todo lo hace más bello...
Toulouse en 1631 |
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