De chica solía sumergirme en esos grandes libros de geografía universal -encuadernación en cuero rojo, papel ilustración y fotografías de los años ¿setenta?- que mi abuela atesoraba en el altillo. Me pregunto si alguien más los habrá hojeado. Probablemente no. Después de todo, siempre fui la oveja negra de la familia. Aislada tras una muralla de libros polvorientos, soñaba con viajar al Viejo Mundo: el mundo de Carlomagno, de los señores feudales, de los cruzados, de Enrique VIII y sus esposas, de Lutero y el cisma protestante... Y sin embargo, la soñadora devenida historiadora, que comenzaba su doctorado en historia medieval, seguía viviendo de relatos ajenos. Hasta que un día cualquiera, allá por enero del 2008, tuve la epifanía: "me voy a Europa". Y nadie dudó de que era una decisión tomada. La gran decisión. A comprar los pasajes y a planificar el viaje!
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